Los pajaros

Siempre ocurre lo mismo, cuando mi retina se extasía con algún detalle que la pone en alerta de suma observación. No puedo dormir hasta que acabo de teclear los estímulos y sentimientos vividos.

Me es imposible escribir sobre la obra de Pascal Plasencia, sin imaginármelo en su estudio —- aunque sé que necesita trabajar en silencio—- modelando a los sones del maestro de los maestros. Me estoy refiriendo a Bach, compositor cuya fecunda obra es considerada como la cumbre de la música barroca y una de las cimas de la música universal, no sólo por su profundidad intelectual, su perfección técnica y su belleza artística, sino que también, por la síntesis de los diversos estilos internacionales de su época y su incomparable extensión. La obra de ambos -salvando las distancias- se halla imbricada por una cualidad fundamental que es el equilibrio, que distingue a todo arte clásico, entre armonía y melodía, entre forma y expresión; el ajuste perfecto de todos los elementos, físicos y espirituales, que integran la creación escultórica o sonora. Razón, imaginación y sensibilidad se enfrentan y complementan en un acuerdo perfecto.

Plasencia es un artista que investiga, toma un tema, se adentra en él, lo muestra, cerebralmente, en sus mil caras y lo hace avanzar como un río que se desliza pacientemente hacia su desembocadura con la única pretensión de mantenerse en la existencia. Murmullo cristalino que nos acerca a la naturaleza, pero este murmullo, como indicó con bella imagen el gran Goethe, «se asemeja al murmullo de la creación en los días del Génesis». Nada es despreciable para él, si es natural, si está enraizado en la vida cotidiana, un suspiro, el tintineo de la lluvia o el goteo de un llanto desconsolado. Pues, no trata el artista de imitar ciertos sucesos naturales, sino de asumir sus valores plásticos en temas particularmente expresivos y, como tales, poéticos.

Trabaja infatigablemente, en la búsqueda del secreto mágico de ese equilibrio misterioso que aureola la obra perfecta. Es, entonces, cuando las imágenes toman apariencia formal con fuerza arrolladora, con la misma frescura y encanto que si estuvieran plasmadas sobre un pentagrama. Momento cumbre en la historia de cualquier autor, cuando, de pronto, se cristaliza casi lo divino. Es inútil tratar de analizar, investigar o escudriñar, para descubrir las líneas internas que lo hacen posible. La casi increíble sabiduría que presenta el alto relieve “Los pájaros”, está elegantemente disfrazado con el manto más difícil de obtener: la naturalidad. Fluye sin descanso y sin violencias. Sabemos que la forma está presente, que los materiales han sido medidos con escrupulosidad minuciosa, pero, a pesar de todo lo citado, la libertad genésica se intuye en cada milímetro. Sabemos que detrás de este arte, en ciencia tan espontáneo, se esconde una maestría sin par. Pero lo que consigue es algo más que una técnica sin fallos; su inmaculada gracia se convierte en un hecho espiritual, solemne y austero. Tomando como referente la doctrina estética: medida, número y orden como cánones clásicos de la armonía. Representa la belleza de una naturaleza que lucha por sobrevivir a una civilización que le ha alterado sus ciclos vitales.

Como escultor trata de mostrar de un modo nuevo, asuntos conocidos, incluso tópicos, pero que es preciso tener en cuenta y a veces recordar. La protección de la naturaleza por ser el gran legado de la humanidad es aceptada por todos, y aparentemente se respeta, si bien en muchas ocasiones acabamos sacrificándola en aras de un bienestar y un medio de vida más fácil. Entonces estos principios quedan olvidados y supeditados al capricho humano. Por eso su obra favorece la toma de conciencia y suscita pensamientos respecto a la actuación de una cultura que se ha olvidado del gran regalo del cosmos.

En manos de los artistas reside la fuerza motriz que de marcha atrás a esta loca involución -que no, evolución- denunciada por el callado sollozo de un planeta moribundo ….
¿Dónde se posaran los pájaros?

Marila Gómez Alarcón
Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte (A.I.C.A )
Barcelona, 27 de agosto de 2014