HUMOR Y PERVIVENCIA EN LA OBRA DE PASCAL PLASENCIA

El humor, la ironía y, incluso, la sátira y otras formas de poner en evidencia los defectos humanos, tanto los particulares como los sociales, pueden ser virtudes operativas si aquellos que las practican saben administrarlas con la altura moral y el sentido admonitorio que corresponde para que sean expresión de una generosa, así como necesaria, voluntad de mejora colectiva. Y también pueden ser vías útiles para el progreso de las ideas estéticas, como de manera fehaciente y amplia ha quedado establecido en los campos de la literatura y de la escena. Asimismo, en el sector de la plástica, tenemos dentro de la pintura y del dibujo ejemplos bien notables y, aunque en el apartado de la escultura no hay abundancia existente en aquellos otros ámbitos, tampoco faltan referencias a las que poder acogerse, pues, sin tener que salir de Cataluña ni ir más allá de autores contemporáneos, podemos mencionar a artistas tan notables como Ismael Smith- plenamente catalán a pesar de su apellido de ascendencia inglesa-y Josep Granyer, que nos dejaron obras que con indudable mérito figuran en museos y lugares públicos de nuestro país. Y en esta misma línea se sitúa el escultor y dibujante Pascal Plasencia (Barcelona, 1962), que yo defiendo porque su obra, ya experimentada y conocida gracias a las diversas exposiciones que lleva realizadas, tiene unas características muy singulares y notables en las que la gracia y la jocosidad empujan externamente a la risa o la sonrisa, pero en las que a la vez existe un trasfondo plenamente humanístico que supera la posible mofa sobre la persona representada y establece un amplio camino hacia la reflexión trascendente.

Pascal Plasencia es un escultor de ahora, que tiene como modelo la sociedad en la que vivimos, y que hace de las personas de la calle héroes y heroínas de la lucha diaria por la supervivencia. La mujer que lee y espera; el hombre del paraguas; el chico que sube a un árbol; el viajante de comercio; el músico que toca el contrabajo; el que fuma en pipa y el que va a caballo, son piezas del tablero de ajedrez del mundo, que conviven con un perro que mira hacia atrás y con tres granadas que guardan dentro de ellas el secreto de la dulzura que cuesta digerir. Actualidad directa y punzante, pero con líneas arcaizantes que nos retrotraen al pasado, ya que este infunde el presente que construye el futuro.

La escultura de Pascal Plasencia es divertida, pero seria; irónica, pero tierna; amiga de la ocurrencia, pero alejada del escarnio. El escultor ama a sus figuras, tanto a las personas como a los animales y a las plantas. En este sentido es franciscano, que camina con el pie desnudo y la sonrisa en los labios, la mirada baja hacia la tierra y el espíritu convencido de que entre las nubes siempre hay un resquicio que permite disfrutar del azul del cielo. Y su obra, que capta la accidentalidad de las cosas es, en mi opinión, de las que hacen historia.

Josep M. Cadena
Crítico de arte
Barcelona, 22 de abril de 2014